miércoles, 29 de septiembre de 2010

…vas hasta tu puesto y te encuentras una serie de objetos extraños sobre la mesa. Hay una serie de lo que parecen piedras o rocas pulidas, negras y brillantes, de diferentes formas y tamaños. Además, estos objetos tienen una serie de ramales que fluyen hacia uno de ellos, el más grande. Observando con detalle los objetos más cercanos, ves que hay uno que parece un canto pulido de ópalo negro y que puedes rodear con tu mano. Al tocarlo, te sorprende el tacto porque no está frío, y notas que se desliza fácilmente sobre su base pulida. Otro objeto cercano está cubierto de pequeños cristales cúbicos y negros con dibujos blancos de fantasía sobre ellos, que parecen jeroglíficos. Frente a ti hay lo que parece una enorme roca pulida, también de color negro, con un extraño dibujo metálico abajo. Al tocarla compruebas con sorpresa que tampoco es fría, e incluso parece que cede ligeramente al tacto. A su lado, un enorme monolito al que confluyen los ramales de estas tres piezas, con extraños dibujos metálicos y algunas ranuras inexplicables. Al tocar por casualidad el objeto lleno de cristales cúbicos notas que ceden a la presión, ensartándose en la pieza principal y volviendo a su lugar cuando dejas de presionarlos. Esto te parece realmente bello y agradable al tacto, así que una y otra vez vas presionando cada pieza, observando sus enigmáticos dibujos a modo de jeroglífico, cuando alguien pasa por detrás de ti. Se para a tu izquierda y mirando fijamente la roca pulida que tienes enfrente, dice: “¡Qué pasa! ¿Es que no trabajas hoy?”. Le miras, miras a ese objeto tan bello, y comprendes que espera que lo utilices para algo. Tal vez es una tecnología extraterrestre sobre la que se proyectan los propios pensamientos…

jueves, 23 de septiembre de 2010

…no ves nada porque todas las luces están apagadas. De pronto, alguien grita: ¡Felicidades! Se encienden todas las luces y encuentras a todos, incluido el director general, a la puerta de la oficina. Te reciben con una tarta de cumpleaños con una vela encendida, confeti, gorros de fiesta, collares hawaianos, copas de champán, música muy animada y con volumen. Tratas de decirles que hoy no es tu cumpleaños; de hecho, quedan varios meses. Pero no te dejan hablar, todos charlan alegremente contigo y entre ellos, te ponen una copa en la mano, un gorrito y un collar, te tiran confeti y te escoltan hasta tu puesto. Tu jefe te está diciendo: “…y ya sabe usted que los días de cumpleaños el empleado o la empleada no trabaja, sino que los demás hacemos sus tareas por él o ella”. La verdad es que cada vez te está gustando más que se hayan equivocado. Te empiezan a entregar regalos y más regalos, con envoltorios vivos, con lazo, cajas voluminosas, con peso. Y te sientes culpable. Al final, consigues que todos se callen. “Os lo agradezco mucho, chicos, pero hoy no es mi cumpleaños, faltan varios meses”. Al principio algunos se ríen, creen que estás de broma. Después se dan cuenta de que hablas en serio. Alguien grita: “¡Nos ha engañado!”. Y rápidamente te arrebatan los regalos, la copa, el gorrito, el collar hawaiano, y se van por la puerta. La oficina queda vacía y tú en tu puesto. Se asoma tu jefe y dice: “¡Hacernos venir en sábado para esto! ¡Ahora termina usted todo el trabajo!” ¿En sábado? Miras el calendario en tu ordenador: es la fecha de tu cumpleaños. Y es sábado.

martes, 21 de septiembre de 2010

…te diriges, como es habitual, a tu puesto. La rutina de cada mañana: conectas el suero fisiológico a la vía de tu brazo derecho, programas la silla para que te masajee cada hora, según la normativa de prevención de problemas circulatorios, te pones el casco de realidad virtual para comenzar con tus tareas, etc. Te acuerdas de pronto de que has olvidado conectar varios cables. Así que te vuelves a quitar el casco (aunque está prohibido), y te conectas a la medición de pulsaciones del corazón, a la medición de niveles de cortisol en sangre, y todos esos medidores que exige la legislación en materia de vigilancia de la salud. Además, enciendes el dispositivo que detecta tu chip cerebral para intercambio de información con la Computadora Central. Y también habías olvidado la sonda, ¡qué despiste! Te conectas a la sonda, y por fin vuelves a colocarte el casco. Se inicia el software que utilizas, que envía señales electromagnéticas a tu cerebro e intercambia información con tu actividad cerebral. Listo para un nuevo día en la oficina. Ya sabes, la rutina de siempre.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

…te paras porque ves borroso y como distorsionado. Sí, es cierto que tienes sueño, pero qué mal ves hoy. Das un paso hacia dentro y notas que te mojas hasta la ropa interior, los calcetines, los zapatos encharcados. Das un paso hacia fuera y te quedas a la puerta, en el pasillo. La señora de la limpieza te ve de lejos y te grita: “Pero, ¿no ves cómo estás poniendo el piso? ¡Entra ya!”. Y entras. Dos sirenitas aparecen flotando desde arriba y te ponen un equipo de buceo, con un regulador, botellas, chaleco, e incluso máscara (gafas)... Tus compañeros de oficina están en sus puestos, con el mismo equipo de buceo, y parecen estar trabajando. Hay luz, y los ordenadores funcionan. Una vez en tu puesto notas que te vas hacia arriba, y acude una sirena a tu lado, que te hace un gesto sonriente para que liberes aire del chaleco. ¡Qué poco interés mirar a una pantalla! Prefieres dejarte flotar, elevarte por encima de tu ordenador, y recorrer flotando el espacio por encima de las cabezas de los demás. Tu jefe te hace un gesto con el pulgar hacia abajo, para que bajes al suelo. Entonces decides esconderte en un despacho vacío para poder disfrutar de la sensación de ausencia de gravedad, de dejarse llevar, fluir, flotar… El despacho da a la cristalera exterior. Miras hacia fuera y, en lugar de ver la carretera, coches, árboles, etc., ves… otra cosa. Al principio no consigues entender la imagen. Son grandes formas coloridas. Analizando con detenimiento lo que ves ahí fuera, sacando la imagen general, alejándote de la cristalera unos metros, consigues confirmar tu peor sospecha: estás en una pecera, y una especie de peces humanoides gigantes te contemplan desde el otro lado.

lunes, 13 de septiembre de 2010

un lunes...

... lo primero que te sorprende es el silencio. Ves a tus compañeros de trabajo todos sentados en su sitio, con la atención fija en unos papeles que rellenan. Tu jefe se acerca hacia ti con un gesto de desaprobación. Cuando está a tu lado te alarga un pequeño taco de papeles y, sin hablarte, te señala un sitio vacío, que no es el tuyo. Intentas hablar con él, pero no sólo no te responde, sino que exclama en voz muy alta: “¡A cualquiera que hable le resto un punto! ¡Y lo digo en serio!”. Te entra la risa pero, afortunadamente, tu jefe comienza a pasearse en dirección contraria, supervisando a los demás. Nadie te mira, nadie levanta la cabeza de sus hojas, y ya sientes curiosidad por saber qué está pasando.


Una vez en el sitio que te han asignado puedes por fin ver qué pone en esos papeles. En un vistazo rápido ves varias preguntas con espacios en blanco debajo de ellas. Entonces te fijas en la cabecera: “PRUEBA FINAL DE MATEMÁTICAS”. ¿Cómo? ¿Qué es esto? Te levantas para preguntarle a tu jefe en qué consiste exactamente la broma, o si te has equivocado de oficina, o si olvidaste apuntarte a algún curso avanzado. Entonces oyes desde lejos, reverberando en tu nuca: “¡No levantarse! ¡No hablar! ¡No copiar! El que quiera alguna aclaración, que levante la mano”. Levantas la mano y tu jefe llega hasta tu sitio. Le explicas tu situación, cómo te ha sorprendido encontrar esta prueba aquí, ya que las matemáticas no son necesarias para tu trabajo, y por otro lado no entiendes bien por qué para los demás sí. Le dices que tú no tienes ni idea de las preguntas que aparecen en esos papeles. “¿Va usted a dejar el examen en blanco?”. Y sin dejarte responder, añade: “¡Suspendido! ¡Fuera de aquí! ¡Ahora!”. Te ves obligado a abandonar tu oficina, no sin antes echar un último vistazo a esas cabezas gachas que no se inmutan.

viernes, 10 de septiembre de 2010

un viernes cualquiera...

… está todo oscuro. No distingues muy bien, pero te da la sensación de que, además de oscuro, está distinto. Hay algo raro. Avanzas dos pasos, notando los pies muy comprimidos, muy incómodos, un ligero frío, la ropa parece pegada a tu piel. De pronto, un foco enorme te ilumina. Con esa luz eres capaz de ver que en lugar de tu oficina hay un enorme escenario con tarima, público a la derecha, cortinas rojas de terciopelo a la izquierda. Sorprendido y perplejo miras hacia abajo, hacia tu cuerpo, y ves un tutú blanco que te rodea en la cintura. Te asomas un poco más y ves unos pies enfundados en unas zapatillas de punta muy pequeñas, unos pies que retroceden asustados. Detrás de ti, una persona detiene tu retroceso. Al volverte, ves una fila infinita de bailarinas con tutú blanco, vestidas al parecer como tú, con moño lleno de flores (que también compruebas que tienes tocando tu cabeza). La cadena humana de sílfides te obliga a avanzar, a toda prisa, comienza una música que te suena, de estos clásicos conocidos, y todas las bailarinas empiezan su coreografía moviéndose muy rápido y yendo de un lado a otro. Sorprendentemente, tú te sabes los pasos, y haces lo que puedes. Cuando te has metido por completo en el papel, en la música y en los movimientos, das tu salto en un grand-ecart y al caer oyes risas estruendosas a tu alrededor: estás en la oficina, saltando en medio del pasillo y todos te miran. Afortunadamente, llevas la ropa de siempre.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

… ves que está todo vacío: la planta diáfana, con columnas, moqueta, iluminación. Pero han desaparecido las 15 filas de puestos. Y también han desaparecido las personas. Los despachos están abiertos, vacíos y con las luces encendidas. Sales entonces del edificio para ver si está la gente fuera. No ves a nadie, entonces te asomas a través de los cristales de la oficina y ves todo en su sitio: tus compañeros de trabajo algunos sentados, otros entrando, otros charlando… y están los muebles, equipos informáticos, las plantas, etc. Entonces vuelves a entrar, y de nuevo ves la oficina desnuda, iluminada y vacía. Corres hacia la calle y de nuevo todos trabajando. Golpeas los cristales pero no parecen escucharte, ni verte. Entonces recibes una llamada: tu jefe te pregunta dónde estás, porque ya llevas media hora de retraso. Puedes verle claramente a través del cristal, con esa cara de enfado tan suya, la piel enrojecida, la corbata molestándole en el cuello, su andar pesado. Le dices que se asome a la ventana, que podrá verte a través de la cristalera. Pero no es así, no te ve, te dice que dejes de hacer el tonto y que por favor entres ya. Él cuelga el teléfono, y tú haces un nuevo y desesperado intento de entrar, y encuentras una vez más el espacio amplio y estéril. Te sientas, esperas un rato, y decides marcharte. Desde fuera, te asomas por última vez, inútilmente, a través de la cristalera, y te ves a ti mismo sentado en tu puesto, y a tu jefe hablándole a ese otro “yo”.

lunes, 6 de septiembre de 2010

...dos funcionarios trajeados en gris y con sombrero años 50 te asaltan en la misma puerta y te piden el impreso 27B/6, o de lo contrario, no puedes acceder. Al ver tu cara de sorpresa, te dan el famoso impreso, que lleva varias hojas autocopiativas en azul, amarillo y rosa. El impreso es larguísimo, y necesitas sentarte a una mesa que han puesto, pedir prestado un boli, y empezar a rellenar los datos. Media hora después, ante la atenta vigilancia de los dos funcionarios, has conseguido rellenar el impreso. Se lo muestras triunfante, pero entonces te dicen que tienes que sellarlo en la planta 3, luego bajar a la -1 a hacer el pago de tasas, y luego puedes volver. Vas a la tercera planta pero allí, de nuevo a la puerta, te piden documentos para poder acceder, esta vez la copia compulsada de tu DNI, del libro de familia, del carnet del club de pádel (que no tienes) y de la última declaración del IRPF. Sin eso, no puedes sellar tu impreso. ¡Y date prisa que ya vas con casi una hora de retraso! Se te descontará de tu sueldo.