lunes, 25 de octubre de 2010

...estabas reflexionando sobre la raíz etimológica de la palabra vegetar. Suena a ser un vegetal, y por tanto a estar plantado, con las constantes vitales estables, pero sin ningún tipo de actividad, motivación o novedad. Entonces ves una imagen que difícilmente podrás borrar de tu mente: en cada puesto de trabajo, en lugar de personas sentadas en sus sillas frente a ordenadores, encuentras árboles. Árboles firmemente plantados, cuyo grueso tronco, compitiendo con las columnas, surge desde el suelo de moqueta de la oficina y se eleva hasta el techo y lo atraviesa, dejando por el camino algunas ramas. Es un bosque silencioso, siniestro, iluminado artificialmente. Los puestos de trabajo parecen casitas de Liliput al lado de semejante arboleda. En tu puesto no hay árbol... ni silla. Lo ves desde lejos, porque no te atreves a avanzar por entre los troncos recios y fuertes. ¿Y si tus compañeros se han convertido en eso? ¿Acaso vas a correr la misma suerte? Hay algo de tensión reprimida en estos árboles, como la que ves al contemplar los personajes teatrales de Las Meninas: parecen suspirar por alguien que los libere de su forzada quietud. Sales corriendo. Llegas al parking y ves algunos árboles muy cerca de los coches; algunos los atraviesan y salen por su techo. Tratas de alejarte de allí pero poco a poco tu cuerpo se va endureciendo, tus piernas se entumecen, pierdes sensibilidad en el cuerpo, te vas paralizando, te paras, te conviertes.