lunes, 25 de octubre de 2010

...estabas reflexionando sobre la raíz etimológica de la palabra vegetar. Suena a ser un vegetal, y por tanto a estar plantado, con las constantes vitales estables, pero sin ningún tipo de actividad, motivación o novedad. Entonces ves una imagen que difícilmente podrás borrar de tu mente: en cada puesto de trabajo, en lugar de personas sentadas en sus sillas frente a ordenadores, encuentras árboles. Árboles firmemente plantados, cuyo grueso tronco, compitiendo con las columnas, surge desde el suelo de moqueta de la oficina y se eleva hasta el techo y lo atraviesa, dejando por el camino algunas ramas. Es un bosque silencioso, siniestro, iluminado artificialmente. Los puestos de trabajo parecen casitas de Liliput al lado de semejante arboleda. En tu puesto no hay árbol... ni silla. Lo ves desde lejos, porque no te atreves a avanzar por entre los troncos recios y fuertes. ¿Y si tus compañeros se han convertido en eso? ¿Acaso vas a correr la misma suerte? Hay algo de tensión reprimida en estos árboles, como la que ves al contemplar los personajes teatrales de Las Meninas: parecen suspirar por alguien que los libere de su forzada quietud. Sales corriendo. Llegas al parking y ves algunos árboles muy cerca de los coches; algunos los atraviesan y salen por su techo. Tratas de alejarte de allí pero poco a poco tu cuerpo se va endureciendo, tus piernas se entumecen, pierdes sensibilidad en el cuerpo, te vas paralizando, te paras, te conviertes.

jueves, 21 de octubre de 2010

…adviertes que han instalado cámaras de seguridad. Además, notas que hace bastante frío, así que decides quedarte el abrigo puesto. La silla te parece más incómoda. El ordenador tarda mucho en acceder a las carpetas de la red. El correo no se actualiza. Cuando vas a preguntar a tu compañero/a de al lado si le ocurre lo mismo, ves que no está. Al preguntar por esta persona, te dicen que está de baja por un virus. El caso es que hace bastante frío, y decides tomar un café para entrar en calor, pero al llegar a donde solía estar la máquina de café ves que hay un hueco, y un cartel: “se elimina la disponibilidad de la máquina expendedora de café para evitar pérdidas de tiempo”. Vuelves a tu sitio, donde alguien ha dejado una gruesa carpeta que reza: “Manual del nuevo trabajador”. Dentro, una carta para firmar en la que aceptas ceder los derechos de utilización de tu imagen, y detrás, toda una serie de normas que desconocías, entre ellas, un cambio de horario: ahora vas a estar menos tiempo en la oficina, pero no puedes levantarte de tu puesto sin pedir permiso. No se toma café, no se habla con los compañeros… se trabaja. Vuelves a intentar trabajar pero los accesos siguen funcionando mal. El frío es extremo, y se oyen toses de varios compañeros. Esto continúa así semana tras semana, mes tras mes, tus compañeros van cayendo enfermos de diversas dolencias, todas ellas provocadas supuestamente por distintos virus. Sin embargo, tú sigues sin enfermar, te abrigas cada vez más, traes infusiones en un termo, haces más ejercicio, duermes todo lo que puedes. Pasados 6 meses, al entrar en la oficina, encuentras una carta sobre tu mesa: “Gracias por participar en nuestro experimento de resistencia a condiciones adversas. Al ser la persona que más ha resistido, le hacemos entrega de este Rélox imitando oro y le ofrecemos la posibilidad de permanecer en su puesto si se somete a unas cuantas pruebas rutinarias”.

martes, 19 de octubre de 2010

…se te cruza una de las personas que trabajan en tu departamento. Va desnuda. Tiene un buen cuerpo, la verdad, no te imaginabas que estuviese así. Te quedas un rato sin poder moverte ni pensar, hasta que reaccionas y vas hasta tu puesto. Tienes una reunión en breve, chequeas el email, la agenda, y vas a la sala de reuniones. Allí, adviertes que todos están desnudos. Mujeres y hombres. Y lo están de la forma más natural, como si no estuviese pasando nada. No sabes hacia dónde mirar, te cuesta mantener la mirada de tus compañeros de reunión. Miras hacia tu cuerpo, y respiras hondo: tú sí tienes ropa. Durante la reunión, al estar sentados, sientes bastante alivio. Pero te parece lamentable y horrible cada vez que uno de ellos se levanta a explicar algo y camina hacia la pantalla de proyección, o peor, se vuelve hacia el resto, con todo el cuerpo iluminado por el cañón. El cuerpo de esta mañana no es como estos que ves ahora, gordos y peludos. Estás deseando que se acabe la reunión y poder irte a tu casa con cualquier excusa. Lo más asombroso es que ninguno de los otros parece notar nada, se hablan con naturalidad, se miran a los ojos; tú te pasas la reunión mirando hacia las falsas notas que estás tomando, porque en realidad no estás enterándote de nada. Tu jefe te llama después a su despacho. También está desnudo y, afortunadamente, sentado. Él si te mira con extrañeza, de arriba abajo, como no comprendiendo algo. Lo peor es que se pone de pie y quiere hablarte de cerca, te pasa un brazo por el hombro, un brazo desnudo, él desnudo, tú mirando hacia el infinito para no verle. Te dice: “Dijimos business casual.”

domingo, 17 de octubre de 2010

…se acerca a ti uno de tus compañeros esgrimiendo un documento elaborado por ti. Te dice: “no has rellenado correctamente el formulario GMP VII/1.1”. Te diriges a tu sitio sin contestar, y tu compañero sigue hablando: “Te ha faltado la fecha en la página 1, has firmado en boli verde en lugar del azul corporativo, y te falta la hoja de confirmación de lectura”. “Gracias, ahora lo miro”, le dices arrancando la hoja de sus manos. No te gusta que te hablen antes de haber tomado el café, no te gusta que te acosen antes de haber encendido el ordenador. Tu mesa está tan llena de papeles que no recuerdas de qué material está hecha. Son todo formularios, informes, procedimientos, protocolos, metodologías, normativa, procesos… Te das cuenta de que los conceptos abstractos que definen estos papeles no evocan ninguna imagen en tu mente. Viene tu jefe: “Usted no puede seguir trabajando aquí”. “¿Será una broma?”, le dices con cierto escepticismo. Entonces, los vigilantes de seguridad se acercan, y se ponen cada uno a un lado. Tu jefe despliega un papel, y lee a toda velocidad: “No mantener la mesa limpia, no completar con pulcritud formularios, informes, procedimientos, protocolos, metodologías, normativa, procesos, tomar demasiado café, no atender con amabilidad al cliente interno, no encender el ordenador hasta haber tomado café, utilizar tintas no permitidas, no tomar en serio los protocolos corporativos, violar toda la normativa al respecto del uso de Internet y del correo electrónico. Por favor, acompañen a esta... persona a la salida”. Parece que deberías sentirte culpable, un fracaso, con miedo por un futuro incierto, la crisis, la precariedad laboral, pero no puedes evitar pensar: “¡Fieeeeestaaaaaaaaaa! Por fin libre de tanta estupidez”.

jueves, 14 de octubre de 2010

…decides darte la vuelta. Andas deprisa, casi corriendo, para que nadie te atrape, para no cruzarte con tu jefe. Te subes en tu coche, vas al aeropuerto, miras por un momento las pantallas de información, pides una plaza en el primer vuelo al Caribe que va a salir. Desde que compras el vuelo a precio de oro hasta que sale el avión, surge un momento de duda, de culpa, de arrepentimiento… así que compras una revista para no pensar. Una vez en el avión, te relajas, te dejas llevar, te duermes. Llegas a tu destino, pagas las tasas necesarias, tomas un taxi, llegas al mejor hotel. Después, piensas que es mejor alojarse en un sitio más barato. Haces amistad con una de las recepcionistas, te ayuda a conseguir un apartamento en la ciudad, te trasladas, y la misma persona te ayuda a buscar un trabajo. Al redactar tu currículum nueva oleada de duda, ya que en él tienes que reflejar tu vida gris de oficina, que quisieras que se hubiera borrado para siempre. No te llaman de trabajos como instructor de buceo, azafata de vuelo, camarero, patrón de barco o gogo-girl. Por fin encuentras un trabajo. Es tu primer día. Y al entrar en la oficina…

jueves, 7 de octubre de 2010

…se te cruza de pronto la persona de tus sueños. Avanza por el pasillo a toda velocidad y decides seguirla. Nunca habías visto a esta persona en la oficina. Realmente, nunca habías visto a esta persona en ningún sitio… más que en tus sueños. Pero la has reconocido nada más verla. Va muy deprisa, parece estar huyendo de ti, y tú tratas de seguir su ritmo. Atraviesa zonas que no habías visitado antes. Mira hacia atrás y te ve. Tú tratas de hacer un gesto, tratas de decir en un segundo: “¿Me conoces? Te conozco. Por favor, no huyas, eres el amor de mi vida. Te veo en sueños cada noche, y ahora por fin te tengo cerca”. Pero su gesto es de indiferencia, sigue avanzando, quizá más rápido aún. Ves cómo entra en una zona de acceso restringido, en la cual es necesario llevar ciertas prendas que esta persona sí tiene, pero tú no. Reparas en tu aspecto, el aspecto de un burócrata. ¿Por qué hoy? ¿Por qué tiene que aparecer hoy y no cualquier otro día en el que puedas demostrar tu valía, tus atractivos? Sigue avanzando, sigues persiguiendo a esta persona, y te cruzas con personal uniformado que te mira con extrañeza. La persona de tus sueños mira un momento hacia atrás, hacia ti, y echa a correr. Echas a correr y estás a punto de alcanzarla, pero entonces aparecen los vigilantes de seguridad, te retienen, te atrapan. La persona dice: “me está persiguiendo, creo que se ha obsesionado conmigo”, y tú gritas:”eres tú, eres tú, ¿es que no me conoces? ¡Te quiero! ¡Te quiero!”. El amor de tu vida hace un gesto de desprecio y se marcha. Los vigilantes te expulsan por la puerta de atrás. “¡Está conmigo!”, dice uno de ellos.

martes, 5 de octubre de 2010

…te cruzas con una persona de tu departamento. La saludas (¡Hola!) y te mira con extrañeza, como si no te conociera (Buenos días). Llegas a tu puesto, dejas tus cosas, y notas que la gente te mira raro. Tu primera reacción es mirar hacia abajo: ¿me habré manchado con el café? ¿Llevaré algo que no pega? ¿Me he puesto los zapatos? Te saludan, pero con distancia y con un aire como de timidez. Cuando llega la personan que se sienta más cerca de ti, le saludas por su nombre. “¿Cómo sabes mi nombre?”, te responde con perplejidad. Entonces empiezas a pensar que te están gastando una broma. Si es así, piensas que tu jefe no estará siguiéndola, ni siquiera sabrá de qué va. Así que te acercas a su despacho: “Buenos días, señor Ez, ¿qué tal está hoy?” El jefe te mira fijamente, y responde: “Disculpe, ¿a quién busca?” “Vamos, hombre, ¿usted también está siguiendo la broma? Soy yo”. Dices tu nombre y a tu jefe le cambia la cara. Dices tu nombre con apellidos y se levanta súbitamente y dice: “Váyase ahora mismo de aquí”. Coge el teléfono y se le oye: “Seguridad, se ha colado una persona en el edificio”. Cuando ves hasta dónde puede llegar la bromita, te marchas de su despacho, y entras al baño. Entras, te diriges a uno de los reservados, automáticamente, pero es cuando te das cuenta. Primero de reojo, de refilón, casi no lo adviertes, después con sobresalto, con susto, finalmente con terror: la persona que ves reflejada en el espejo no eres tú.

viernes, 1 de octubre de 2010

…no ves a nadie. Vas a tu sitio, y adviertes que los ordenadores están encendidos, y parece que ha habido actividad reciente. Después de un rato trabajando, todo continúa igual: no hay nadie. Hoy no hay huelga, no es festivo, no hay ningún tipo de evento… Decides buscarles. Y al pasar por la entrada de una sala de reuniones, oyes cierto rumor que proviene de ella, una especie de música. Decides entrar. Al abrir la puerta ves a todo el personal allí. Lo mejor de todo es que están bailando. Se han formado parejas espontáneas entre personas que sabes que no trabajan juntas, o que se llevan muy mal, o que no se hablan. Hay una música latina muy animada y festiva, luces de colores que giran, un suelo de parqué que te suena mucho que era de moqueta tan sólo ayer. Alguien de sexo contrario te invita a bailar. A pesar de lo extraño que te parece todo, a pesar de que nadie te responde cuando preguntas repetidamente: ¿Qué pasa aquí?, lo cierto es que te vas animando a bailar con esa persona con la que no has hablado nunca. De pronto la música se para de golpe y todos corren a sentarse. Sentados, con semblantes serios, te miran. Eres la única persona que ha permanecido de pie. Alguien dice: “has perdido”. Tratas de hablar con ellos, de reírte, de bromear, pero sus semblantes continúan inmutables. “No te queremos aquí”. Todos señalan con gesto acusador hacia la puerta. Tu jefe añade: “no se moleste en volver”. Sales de la sala andando hacia atrás. Cierras. Te marchas.