martes, 19 de octubre de 2010

…se te cruza una de las personas que trabajan en tu departamento. Va desnuda. Tiene un buen cuerpo, la verdad, no te imaginabas que estuviese así. Te quedas un rato sin poder moverte ni pensar, hasta que reaccionas y vas hasta tu puesto. Tienes una reunión en breve, chequeas el email, la agenda, y vas a la sala de reuniones. Allí, adviertes que todos están desnudos. Mujeres y hombres. Y lo están de la forma más natural, como si no estuviese pasando nada. No sabes hacia dónde mirar, te cuesta mantener la mirada de tus compañeros de reunión. Miras hacia tu cuerpo, y respiras hondo: tú sí tienes ropa. Durante la reunión, al estar sentados, sientes bastante alivio. Pero te parece lamentable y horrible cada vez que uno de ellos se levanta a explicar algo y camina hacia la pantalla de proyección, o peor, se vuelve hacia el resto, con todo el cuerpo iluminado por el cañón. El cuerpo de esta mañana no es como estos que ves ahora, gordos y peludos. Estás deseando que se acabe la reunión y poder irte a tu casa con cualquier excusa. Lo más asombroso es que ninguno de los otros parece notar nada, se hablan con naturalidad, se miran a los ojos; tú te pasas la reunión mirando hacia las falsas notas que estás tomando, porque en realidad no estás enterándote de nada. Tu jefe te llama después a su despacho. También está desnudo y, afortunadamente, sentado. Él si te mira con extrañeza, de arriba abajo, como no comprendiendo algo. Lo peor es que se pone de pie y quiere hablarte de cerca, te pasa un brazo por el hombro, un brazo desnudo, él desnudo, tú mirando hacia el infinito para no verle. Te dice: “Dijimos business casual.”