martes, 5 de octubre de 2010

…te cruzas con una persona de tu departamento. La saludas (¡Hola!) y te mira con extrañeza, como si no te conociera (Buenos días). Llegas a tu puesto, dejas tus cosas, y notas que la gente te mira raro. Tu primera reacción es mirar hacia abajo: ¿me habré manchado con el café? ¿Llevaré algo que no pega? ¿Me he puesto los zapatos? Te saludan, pero con distancia y con un aire como de timidez. Cuando llega la personan que se sienta más cerca de ti, le saludas por su nombre. “¿Cómo sabes mi nombre?”, te responde con perplejidad. Entonces empiezas a pensar que te están gastando una broma. Si es así, piensas que tu jefe no estará siguiéndola, ni siquiera sabrá de qué va. Así que te acercas a su despacho: “Buenos días, señor Ez, ¿qué tal está hoy?” El jefe te mira fijamente, y responde: “Disculpe, ¿a quién busca?” “Vamos, hombre, ¿usted también está siguiendo la broma? Soy yo”. Dices tu nombre y a tu jefe le cambia la cara. Dices tu nombre con apellidos y se levanta súbitamente y dice: “Váyase ahora mismo de aquí”. Coge el teléfono y se le oye: “Seguridad, se ha colado una persona en el edificio”. Cuando ves hasta dónde puede llegar la bromita, te marchas de su despacho, y entras al baño. Entras, te diriges a uno de los reservados, automáticamente, pero es cuando te das cuenta. Primero de reojo, de refilón, casi no lo adviertes, después con sobresalto, con susto, finalmente con terror: la persona que ves reflejada en el espejo no eres tú.